martes, 28 de noviembre de 2006

Una fantasia

Tras mucho esperar, y soñar en solitario, llegó el día en que me crucé contigo. Era un bar de copas, un sábado por la noche, y estaba abarrotado de gente, que entraba y salía sin parar. Me sorprendí al verte hablar con otras mujeres, supongo que amigas tuyas, formando un pequeño grupo en un rincón. Yo y mis amigos estábamos apoyados en la barra, esperando a que algún camarero se dignara a hacernos caso. En estas estaba yo cuando te ví; fue una sorpresa total, no esperaba encontrarte; el azar nos puso un día en contacto y de nuevo nos puso a uno ante el otro.

Al principio no te diste cuenta, pero una amiga tuya te dijo algo al oido, seguramente que había un tipo que no te quitaba ojo de encima... y ese tipo era yo. Y era para no quitarte ojo; estabas espectacular con tu vestido negro, tu escote, tu peinado, y sobre todo tu sonrisa, que iluminaba aquel rincón del bar. Me viste, sonreiste y bajaste la mirada, como avergonzada. Aquello me dió más valor, el justo y necesario para acercarme a tí. Esquivé al personal que entraba y salía sin cesar, hasta que llegué a tu altura. Tus amigas me observaban con atención, como esperando cual era el próximo movimiento que iba a hacer. Sus miradas pasaban de mí a tí, de tí a mí, entre sorprendidas y divertidas.

Te saludé, con la naturalidad del que te conoce, y te dí dos besos, uno en cada mejilla, pero cerca de la comisura de los labios, muy cerca, para ponerte un poquito nerviosa, jugando a un juego peligroso... Te invité a una copa, y me acompañaste a la barra. Charlamos de las casualidades de la vida, de lo pequeño que era el mundo, pero había demasiados silencios, lapsos de tiempo en los que no cruzábamos palabras, pero en los que nuestros ojos hablaban por nosotros, diciendo más si cabe que nuestras bocas.

Cuando quisimos darnos cuenta, tanto tus amigas como mis amigos habían desaparecido. No sabíamos donde estaban, y quizás tampoco nos importaba; lo realmente importante en aquel momento era que al fin estabamos juntos, dentro de la misma habitación, entre las mismas cuatro paredes, y el resto carecía de importancia.

Y ahora que, parecias preguntarme con los ojos, ahora que hacemos, donde vamos... Te dije que si te apetecía dar un paseo, hablar mientras caminábamos. Asentiste y salimos del bar. Hacía una noche espléndida, a juego contigo; hacía algo de calor, pero la brisa del mar refrescaba un poco el ambiente. Casi sin darnos cuenta, nuestros pasos nos llevaron hasta la playa, nos descalzamos y anduvimos por la orilla, justo donde las olas morían en la arena. Te paraste y te me quedaste mirando, clavando tus ojos en los mios; me entraron los nervios, y mi pulso comenzó a desbocarse. No sabía que hacer, si hablarte, mirarte, o darte el beso que llevaba tanto tiempo soñando con darte. Me acerqué lentamente, te tomé entre mis brazos, despacio, y dejé que mi boca se pegara a la tuya; suavemente, mordia tus labios con los mios, saboreando cada centímetro de tu boca, deleitándome con el dulzor de tu saliva, enroscando mi lengua alrededor de la tuya, mientras te apretaba aún más fuerte a mí, cada vez mas fuerte.

No sé cuanto tiempo pasó, ni me importa, sólo sé que te tomé de la mano y nos escondimos en un rincón apartado de la playa, alejados de ojos indiscretos. Nos abrazamos, tumbados en la arena, sin importarnos nada ni nadie. Nos besábamos con ansia, con frenesí, como si no hubiera un mañana, como si no hubiera un ayer. De tus labios pasé a tu cuello, tu barbilla, tus párpados, tus orejas; quería besarte por todas partes, saborear cada rincón de tu cuerpo. Tú me respondías con tu respiración, entrecortada, acelerada, con tus gemidos, suaves y aterciopelados, y cada respuesta tuya me daba alas para seguir volando por tu piel.

Mientras te besaba, mis dedos, temblando, iban desabrochando tu vestido, con toda la torpeza del mundo; pero poco a poco, tu cuerpo fue quedando ante mis ojos, espléndido, resplandeciente bajo la luna, cegador, apetecible, un puro deseo. Mi boca no dejaba ni un poro de tu piel por besar, mientras mis manos viajaban, reptando suavemente, acariciando con la punta de los dedos tus labios, tus mejillas, tu cuello...

No podía más, estaba sediento y hambriento, y mi boca llegó hasta tus pechos; los devoré con ansia, intentando abarcar todo lo posible dentro de mí. Jugueteé con tus pezones, rozándolos con el filo de mis dientes, envolviéndolos con mi lengua, haciéndolos crecer dentro de mi boca. Y crecieron, hasta apuntarme como dedos acusadores, duros, formidables arietes que taladraban mis labios, carne cálida y jugosa que no era capaz de saciar mi hambre de ti.

Mi lengua describía un húmedo camino a través de tu piel, bajando desde tu pecho a tu vientre, dibujando espirales en tu ombligo, y buscando el calor de tu más dulce y oculta intimidad; poco a poco, podía percibir el aroma de tu excitación, inundándome, atrayéndome con fuerza, arrastrándome sin posibilidad de escapar. Paseé mi lengua por encima de tu ropa interior, la última puerta que me separaba de la cámara del tesoro que tanto ansiaba tener en mi poder. La retiré con los dedos, suavemente, y separé tus muslos, para atrapar tu sexo en mi boca.

Húmedo, caliente, abrasador, me quemaba los labios, me mojaba y se derretía, sólo para mí. Separé los labios lentamente, pra dejar al descubierto tu clítoris, y atraparlo en la carcel de mi boca. Lo chupé con la voracidad de un niño hambriento, endureciéndolo, arrancándote gemidos de placer, satisfaciendo la locura que se apoderaba de mi lengua, tililando con rapidez, martilleando con ritmo y sin pausa. Entraba dentro de ti cada vez más, sorbiendo tu dulce néctar, embriagado de tu sabor y de tu olor, intentando llegar tan dentro como me fuera posible. Notaba como te acercabas al extasis, galopando sobre un orgasmo salvaje; pero yo no quería que llegara aún, tendrías que sufrir un poco más, para poder explotar por completo.

Me separé de tí, desnudándome, haciendo patente mi excitación. Me tendi a tu lado, y te tomé de las manos, para que te subieras sobre mí. Quería que me galoparas, que me montaras, que fueras la amazona y yo el potro salvaje y desbocado que te llevara adonde quisieras. Lentamente, te dejaste caer sobre mí, notando como mi sexo entraba en el tuyo, abriendose paso con lentitud, pero sin pausa, llenándote; tu cuerpo absorbía al mio, lo atrapaba, y en cada movimiento tuyo sentía que estaba más dentro de tí, más si cabe, y más quería estar. Acelerabas, no trotabas, sino que galopabas, golpeando con violencia, con furia desmedida, moviendo tus caderas en hélices frenéticas que me embargaban de un placer infinito. Nos fundiamos, eramos uno solo, una sola carne y una sola sangre, acompasados en nuestros movimientos.

No podíamos más, lo notábamos llegar, tu el mio y yo el tuyo, y eso nos hizo apretar los dientes, acelerar hasta el límite de nuestras fuerzas, para dejarnos llevar por la brutalidad del orgasmo que se acercaba inexorable. En un segundo, cielos y tierra se unieron, en un destello de placer que hizo arquear mi espalda, que hizo temblar tu cuerpo, y derrumbarnos sin ápice de fuerza en la arena, abrazados, sudorosos, felices....

Quien soy, que quiero...

Te preguntas quien soy.

Soy la sombra que te desnuda en tus sueños, la mano que acaricia tu pelo, el aliento que calienta tu piel, los labios que te besan sin descanso, bucando tu gemido, añorando el néctar de tu sexo.

Te preguntas que quiero de tí.

Quiero que tus dedos, mientras leas, hagan lo mismo que los míos, mientras escribía. Quiero penetrar en tus sueños, y que penetres en mi mente, que tu cuerpo y el mío se fundan en uno solo.


No te preguntes quien soy, tan solo pregúntate quién quieres que sea...

No te preguntes qué quiero, pregúntate tan sólo que quieres de mí...