martes, 5 de diciembre de 2006

Otra fantasía

La habitación estaba en penumbra, solo iluminada por la escasa luz que entraba atravesando las cortinas. La silueta de tu amante se recortaba contra la pared; parecía que te miraba, allí de pie, fumando, observándote.

- Voy a vendarte los ojos.

Asentiste; cuando estabas con él, te dejabas hacer; habías aprendido a confiar en él, a dejarte llevar, porque siempre sus fantasías acababan de forma placentera, agotadoras pero llenas de placer. Así que cogiste el pañuelo de seda de la mesita de
noche, y lo anudaste en tu nuca. Todo se convirtió en oscuridad; el corazón te latía a mil por hora, sin saber que pasaría, que nuevas historias ocurrirían hoy, que sorpresas te tendría preparadas tu amante.

Lo oiste acercarse, despacio, paso a paso; la ansiedad se adueñaba de ti, deseosa de tenerlo a tu lado, de sentirlo junto a tí, y sobre todo, ansiosa porque se acabara aquella incertidumbre. Notaste como acercaba su boca a la tuya, y entreabriste
los labios; él solo paseaba sus labios sobre los tuyos, acariciando tu boca con la suya, dibujando con su lengua el contorno de tu sonrisa. Sus manos te acariciaban el pelo, suave y dulcemente, alborotando tu melena, para pasar a desabrochar la cremallera de tu vestido, que cayó sobre la cama. Te sorprendía siempre la habilidad que tenía para desnudarte en pocos segundos, como si quisiera verte detenidamente, examinarte, antes de acercarse a tí. Sus dedos deslizaron los tirantes de tu camisón de seda negra, dejando al descubierto tus pechos, ya duros, tiesos, espectantes, aguardando el siguiente paso de tu amante.

Lo notaste colocarse tras de ti, besando tu nuca, sintiendo su aliento cálido en tu piel, mientras sus manos se paseaban por tus caderas, ascendiendo a tus pechos, tomándolos los dos a la par, acariciándolos suavemente, pasando las palmas de las manos por los pezones. rozándolos sólo, casi sin tocarlos. Tu boca se abría, dejando escapar un susurro, un pequeño gemido, el primero de miles que llegarían después. Tu amante paseaba su boca por tu nuca, deslizándose por el cuello, los hombros, el principio de la espalda. Lo sentias bajar, deslizándose por tu columna, despacio, vértebra a vértebra, dibujando con su lengua un camino trazado con saliva. Suavemente, sus manos te empujaron, hasta ponerte de rodillas sobre la cama, la cabeza hacia delante, dejando al descubierto tu sexo y tu trasero, abiertos, hermosos y cálidos, prometedores de momentos de placer sin fin. Su lengua no paraba de viajar por tu espalda, bajando sin parar, hasta llegar a tus cachetes; se desplazaba lentamente, acompañando su dibujo con algún pequeño mordisco, con la punta de los dientes.

Sin avisar, sin previo aviso, su lengua se adentró entre tus cachetes, deslizándose entre ellos, lamiendo con avidez, hasta llegar a tu culo; pasó su lengua una y otra vez, y tu culo, al notarlo, se abría y cerraba, además de volverte loca. Despacio, introdujo la punta de su lengua, moviéndola en círculos, entrando y saliendo, sin prisa pero sin parar ni un instante. De nuevo, un cambio en sus movimientos, para pasar a tu sexo, deslizándose entre los labios como una pequeña serpiente, reptando hacia tu clitoris. Lo atrapó, haciendolo tililar con la punta de la lengua, como un pequeño cascabel. De nuevo, su lengua volvió atras, repitiendo los pasos, de nuevo delante, en un viaje de ida y vuelta que te arrancaba gemidos, susurros. Abrias tus piernas cada vez más, esperando que entrara en tí, que te penetrara como y cuando fuera, pero que lo necesitabas dentro.

De pronto, todo paró. Nada. Ni rastro de su boca, ni de sus dedos, absolutamente nada. Sólo un pequeño zumbido, casi imperceptible, pero que llamó tu atención. Notaste algo cerca de la boca, moviendose por tu pecho, pasando por la espalda,
algo que vibraba, con un tacto parecido al plástico, pero no era frío. Él lo pasaba por tu espalda, y fue bajándolo lentamente, hasta pasarlo por tu culo. La vibracion te daba placer, y querias tenerlo dentro, pero él jugaba contigo; lo paseaba de tu culo a tu sexo, de tu sexo a tu culo, haciendote sufrir, haciéndote desear. Arqueabas la espalda hacia abajo, abriéndote aún más, ofreciéndoselo todo, rogándole que entrara en tí, pero él sólo sonreia, divertido, admirado ante el espectáculo que tenía ante los ojos. Ya no podias más; cada vez que lo pasaba apretabas tu cuerpo contra él, esperando que entrara, meterlo dentro de tí, pero él lo manejaba de manera que eso no ocurriera, al menos hasta que él quisiera.

Y sin previo aviso, él decidío que era el momento. Apoyó sus manos en tu cintura, y lo mismo que hacía antes con aquel objeto, lo hacía ahora con su sexo; lo paseaba entre tus nalgas, bajando hasta tu sexo, abriéndose paso entre tus labios, empapándose de tu humedad, llevándola hacia atrás para lubricarte. Una vez tras otra, sin descanso, en una dulce tortura que no querias que acabar jamás. De repente, de nuevo aquel objeto, pero ahora no se limitaba a pasearse, ahora entraba despacio en tu culo, muy despacio, lentamente, mientras el sexo de tu amante entraba en el tuyo. Sin advertirlo, se encontraba llena, por delante y por detras, estaba siendo penetrada a la vez por los dos sitios, y el placer era el doble, más del doble, aumentaba sin parar, una cascada de placer, un orgasmo tras otro, mientras tu amante no paraba de entrar y salir de ti, manejando aquel artilugio, adecuando los movimientos de su sexo y del aparato para volverte aún más loca.

Gritabas, pedías más, más dentro, más rapido, y tus peticiones eran oidas; aceleraba, apretaba más fuerte, entraba más dentro de tí, te llenaba. Cambiaba de lugar, penetrándote por detrás y usando el aparato en tu sexo; era una locura sentirse así, y a ciegas, sin poder ver nada, pero no importaba nada, solo notar la llegada de los orgasmos uno tras otro, empapando tus muslos, mientras él seguia embistiendo, apretándose contra tu cuerpo, mojándote con el sudor que le envolvía. Perdiste la
cuenta de las veces que te corriste, y además no importaba, sólo querías que no terminara jamás, nunca, que no parara...

Llegaba, ahora llegaba su orgasmo; notaste como su sexo vibraba dentro de ti, aumentaba un poco más, y aceleraba sus movimientos, apretando más aún, entrando más dentro, más rápido, en una locura infinita de gemidos y jadeos. Cuando se
corrió, notaste como su esperma te inundaba por dentro, caliente, muy caliente, y tu amante se derrumbó en tu espalda, exhaustos los dos. Rodasteis por la cama, abrazados el uno al otro, felices a pesar del cansancio, con el punto de tristeza
que da saber que era el momento de separarse. Pero la separación solo era el preámbulo para una nueva cita, una fantasía más...