martes, 30 de enero de 2007

Hagamos un trato

Hagamos un trato; tú quieres mi voz, y yo tu sombra. Deseas oirme, mientras repito su nombre, o el tuyo, mientras mi alma se escapa en cada suspiro. Quieres oirme, mientras me acaricio pensando en tí, mientras mi mano se mueve gobernada por tu mente, una pequeña maqueta de tu cuerpo abrazado a mi sexo.

Hagamos un trato. Yo quiero verte; deseo entrever en tus ojos el placer que te das, que te doy. Me gustaría ver reflejado en tu cara el deseo que te quema y que te hace arder; quisiera ver tus dedos trazar los caminos que dibujarían los míos, dejar las marcas que yo grabaría en tu carne...
Deseas oirme gemir, retorcer mi alma imaginándote sobre mí, dejándote caer sobre mi sexo, clavándotelo hasta las entrañas, moviendo tus caderas en círculos hasta partirme en mil trozos. Y yo deseo verte, aprenderme de memoria cada poro, cada lunar, cada pequeña arruga de tu cuerpo, para poder recitarlas de memoria, para evocarte a mi antojo, construirte en el vacio y llenarlo de tí.

Quieres oirme jadear, pedirte que te tumbes sobre la cama, boca abajo, ofreciéndote, ofreciéndome, para que yo lo tome todo. Y yo quiero ver como tus pechos suben y bajan acelerados, convulsos, al ritmo de tu respiración agitada. Quiero verlos y quedarme mirándolos, hipnotizado, atrapado en esa cadencia que quisiera que fuera la tuya sobre mí, la mía sobre tí.
Hagamos un trato: quieres oirme repetir tu nombre mientras llega el orgasmo, empapando mi mano, dándote mi alma, esperando que sea tu boca quien no deje gota de mí. Y yo quiero verte los dedos brillar, mojados, tus muslos abiertos de par en par para mí, y tu sexo palpitando mi nombre, pidiendo por favor que lo haga mio, que lo devore y no deje ni un ápice de él. Quiero ver tu lengua lamer tus labios, llamándome silenciosa, lenta y pausadamente, después de correrte para mí, una vez más...

Hagamos un trato; dame tu carne y yo te daré mi alma, dame tu sombra y yo te daré mi cuerpo, dame tus suspiros y yo te daré mi aliento, prèstame tu luz y yo te regalaré mi corazón envuelto en mi piel, cédeme por un segundo tu mente y tú reinarás en el pais de mis fantasías... dame lo que quieras, y pídeme lo que quieras, y cerraremos el trato.

martes, 23 de enero de 2007

Aromas

Hoy no quiero hacerte el amor... hoy no me apetece ser sensible, ni abrazate tiernamente; hoy no deseo besarte lentamente, y comerte la boca con mis labios. Hoy no quiero acariciarte con dulzura, como si tuviera todo el tiempo del mundo para deleitarme en tu piel.

Hoy me apetece follarte y que me folles; puede parecértelo, pero no es lo mismo. Hoy deseo que mi cuerpo huela a tu saliva, que no pueda quitarme ese olor después de ducharme, que aún, cuando me vaya a dormir, pueda oler el rastro de tu boca por mi cuerpo.

Hoy quiero follarte; quiero que mi cara huela a tu coño, quiero que mi paladar quede saturado del sabor de tu sexo, de la humedad de tu orgasmo. Quiero poder olerlo en mi vientre, en mis muslos, en mi pecho, que lo refriegues contra mí, como si todo mi cuerpo fuera mi propio sexo. Quiero notarlo en mi piel, y que no quede nada que no huela a él.

Hoy deseo follarte; quiero que tu cuerpo también huela a mí, que toda tú huelas a mi semen, que el tacto de tu carne sea pegajoso, que tu piel brille con el resplandor plateado de un cuchillo bien afilado. Quiero que tu cara, tu pecho, tu culo, tus muslos, abriguen rastros de mí.

Hoy anhelo follarte; quiero que se mezclen nuestros sudores, que el pelo se te pegue a la cara, mojado y revuelto, como bañada en agua caliente. Quiero que nuestros cuerpos resbalen, uno sobre el otro, como peces, escurridizos.

Hoy muero por follarte; no quiero palabras de amor, ni susurros a media voz junto al oido. Quiero oirte gritar que te folle, que me quieres más dentro, que te coma profundamente. Quiero oir que quieres más, que vas a correrte de nuevo pero que no pare por nada del mundo. Quiero que gimas con todas tus fuerzas, que se tense tu cuello y aulles de placer. Y quiero gritar contigo, pedirte que sigas chupándola así, que quiero llenarte la boca de mí, que quiero meterla más dentro, que quiero separar tus cachetes para penetrarte con ansia y prisas, con deseo casi enfermizo.

Hoy daría mi vida por follarte; quiero que dejes las marcas de tus uñas en mi espalda, que me arañes, salvaje, mi gata, mi niña, que tires de mi pelo con fuerza para clavar mi cara en tu coño palpitante; quiero tirar de tu melena, mientras te pongo de rodillas y te penetro. Quiero morderte la espalda, los hombros, el cuello, marcarte por fuera, como mi sexo te marca por dentro.

Hoy no quiero amarte... solo quiero morir en ti.

jueves, 18 de enero de 2007

Llévame de la mano hasta las puertas de la perdición

- Ven.
Tres letras, tan sólo tres letras, pero suficientes para traerme reminiscencias de placer incontestable. Me quedé parado ante el umbral de la puerta, mirándote. Desnuda sobre la cama, de rodillas, la espalda erguida, tu rostro mirando la pared, sin querer verme... Me acerqué todo lo despacio que mis ansias me permitieron, besando tu buca, tu cuello, tus hombros, deslizando mi boca por tu espalda, mientras mis manos se acoplaban a tus pechos como dos piezas de un rompecabezas, a la perfección. La sensación de sentir tus pezones creciendo entre mis dedos no la puedo comparar con nada de este mundo, quizás sí de otros, pero no de éste. Lentamente, se endurecen, arañando las palmas de mis manos, arrancando capa tras capa de mi piel con su calor.
Tu espalda es la carretera que me lleva hasta el edén prometido, el camino que andaré una y otra vez, anhelando la llegada, pero disfrutando del viaje. Dejas tu cuerpo caer hacia delante, dejando tu culo y tu sexo al descubierto para mí. Su visión es sencillamente embriagadora, y no puedo remediar morder mis labios con el ansia de que lo próximo que tenga en mi boca sea tu carne y no la mía. Despegas tus nalgas, ofreciéndote, sumisa, entregada, dándome todo tu ser, esperando que reciba todo lo que tienes para darme. Y no desoigo tu petición, y hago tu cuerpo mío, y mi lengua crece y se multiplica, y mis dedos tiemblan indecisos, sin saber que pliegue de tu piel acariciar, que recodo de tu sexo tocar, que penetrar... Lamo despacio, desde el final de la espalda, bajando y atravesando tu culo, entreteniéndome en su entrada, disfrutando de su tacto aterciopelado, notando como se abre y vibra al contacto con mi aliento; sigo desplazándome hacia abajo, y llego a tu sexo, húmedo desde hace minutos, brillante y sedoso, tan caliente que temo que abrase mis labios, aunque lo devoro sin miedo.
Te agarras con fuerza a las sábanas, y vas abriendo tus piernas lentamente, el dintel de las puertas de la perdición, paa darme más, para llegar más dentro Si pudiera meter todo mi cuerpo en ti lo haría, y entonces sí que sería tuyo por completo, y quedarme dentro de tí, para volver a nacer envuelto en tu orgasmo, empapado del néctar de tu vitalidad, con el olor de tu alma pegado a mi piel.
Te giras, me sonries clavando tus ojos verdes en los mios, y atrapas mi sexo en tu boca, succionando con fuerza, con violencia. No quieres que dure, lo quieres ya, no puedes esperar para tenerme, derretido en tu boca. Aprietas con firmeza, mientras acaricias mis testículos, mientras pasas la punta de tus dedos por mi culo. Aceleras, más y más, y no puedo hacer otra cosa que llenar tu boca con mi orgasmo, llenar tus oidos con mi rugido de placer.
Ahora eres mi dueña, y soy víctima de tu estrategia. Vuelves a darme la espalda, vuelves a ofrecerte a mí; por eso me has devorado sin concesiones. Querías eternizar el combate, alargarlo todo lo que pudieras; tus artes de mujer me dominan, y me veo arrastrado en una espiral de deseo, dejándome llevar sin siquiera luchar, separando tus piernas y penetrándote de un solo golpe, llenándote con mi sexo aún sin reponerse, para que lo sientas crecer dentro de tí. Lo notas, y tu sexo lo atrapa como un guante, ajustándose a su alrededor, vibrando para hacerlo crecer, engrosar, alargarse con cada movimiento de tus caderas. Lo saco para penetrar tu ano, reluciente, hambriento, y yo hambriento de él. Ahora no hay susurros, no hay gemidos, sólo gritos, aullidos de placer, sólo palabras que piden más, que exigen más, que te lo piden todo, que rezan para que no pares...
De nuevo dentro de tu sexo, para acabar conmigo, contigo... No puedo entrar más en tí, aunque quisiera, ni puedo acelerar más, aunque mi vida dependiera de ello. Te lo doy todo, todo lo que soy, todo lo que pude ser, todo lo que quizás sería. Me empapas, y noto como el jugo de tu alma salvaje resbala por mi vientre, por tus muslos, llenando mi cama, mi cielo, mi infierno, la antesala de la perdición. El orgasmo arde en mis venas, en las tuyas, y chocan en una explosión que nos deja derrumbados sobre las sábanas, dos cuerpos enredados que no quieren separarse, quizás sólo para poder volver a escucharte decir Ven...

martes, 9 de enero de 2007

Desnudándome

Querida mia:

Vas y vienes, apareces y desapareces, llenándome de vacío en la ausencia y en la presencia. Es curioso, pero cuando no estás es cuando más cerca te tengo, mientras que cuando te veo, más lejana me eres. Te eché tanto de menos que reencontrarte puede doler, como el agua helada en el día más caluroso del más caluroso agosto. Pero más dura es la ausencia, cuando notas que te falta la pimienta, la especia que sin ella el plato no es digno de ser servido. Sin eso, me siento incompleto, como si me arrancaras ese trozo que me falta para ser yo, la pieza del puzle que lo completa, el ladrillo que aguanta los cimientos, antes de derrumbarse.

Inundas mi mente de imágenes que vivo como reales, que siento como mías, tan dentro que casi puedo tocarte, que casi puedo sentirte a mi lado, aún sabiendo que eso jamás será posible. Daría lo que fuera por abrazarte, para tener entre mis brazos el cuerpo que nunca será mio; daría lo que fuera por oirte, para sentir en mi oido el jadeo que nunca atravesará mi mente; daría lo que fuera por besarte, por conocer el sabor de la carne que nunca devoraré; daría lo que fuera por olerte, para intuir el aroma de tu sexo abierto como una flor, la esencia que jamás me llegará.

Te he tenido tantas veces en mi mente que podría recordar cada rincón de tu carne sin jamás haberla visto. Tantas veces te he gozado que no podría vivir sin oir los gemidos que nunca he oido. Tantas veces te he soñado que despertar y buscarte entre las sábanas es sólo el intermedio entre sueño y sueño.

No te sorprendas cuando te pregunto sobre mí, porque no me creo merecedor de tenerte; no creas que lo hago para halagar mi oido, sino para asegurarme de que no es sueño y que todo es real. Soy un ser inseguro, que se siente pequeño en tu presencia, y que responde alborozado ante cada cariño, cada suspiro, cada nota de color y de calor.

Tengo miedo; miedo de tocarte, de ensuciar tu piel con el rastro de mi deseo, miedo de morderte, de que mi saliva no pueda limpiarte, miedo de que me rodees con tus piernas por la cintura y diluirme en tu interior, y no poder salir jamás de esa cárcel de tu cuerpo. Prefiero mil veces seguir deseándote a tenerte, porque no quiero ensuciarte. Elijo no tener tu cuerpo caliente junto al mio, por seguir viendo tu sonrisa, verde y cristalina. Elijo la tortura de tenerte a un palmo de mí y no poder alcanzarte, porque así mi sangre seguirá ardiendo sin apagarse jamás.

Quizás el tiempo amaine la tempestad, quizás todo se atempere y suavice, no lo sé, ni quiero saberlo. Sólo quiero vivirte día a día, pensando que cada día puede ser el último; a pesar de todo, jamás acabará. Puede ser que no estemos, que no nos tengamos, que no mezclemos nuestras almas, rodando entre sábanas, que no esté dentro de tí, ni que devore tu sexo hasta derretirlo entre mis labios. Puede ser que jamás claves tus ojos en los míos mientras te penetro, profunda y lentamente, tan dentro que quisiera traspasar tu carne y tu alma. Seguramente jamás mojarás mi piel con la dulzura de tu orgasmo, ni grites en mi oido que quieres más, que no pare jamás, que siga comiéndote poro a poro, que no deje de entrar y salir de tu sexo. Es muy probable que no me derrame dentro de tí, y que jamás conozca el tacto de tus labios rodeando mi sexo, succionándolo, devorándolo, arrancándome gota a gota mi alma. Pero lo que siempre tendré será tu recuerdo, el brillo de tu sonrisa y el calor de tu alma, porque lo que vive en el corazón jamás muere.