lunes, 12 de febrero de 2007

No pidas permiso

No pidas permiso.

No tiene sentido que lo hagas, si quieres acompañarme. No es necesario, si deseas lo mismo que deseo yo. Basta con que me mires, con gemir como lo haces, con que vea el suave movimiento de tus manos acariciando tu coño, apartando la húmeda tela de tu ropa interior, mojada de tí.

Haz lo que quieras.

No puedo hacer más que observarte mientras te tocas, oirte jadear como una gata ronroneante, ver como tus pechos se endurecen segundo a segundo, y que tus pezones quieren atravesar la tela que los aprisiona. No puedo apartar la mirada de ellos, y seguir sus movimientos, arriba y abajo, al compás de tu respiración, agitada, convulsa.

No pidas permiso.

Sólo me atrevo a seguirte, a dejarme caer cuesta abajo, deseando poder oler tus dedos, saborearlos en mi boca, para llenar mi paladar del sabor de tu coño. Solo te sigo, y te miro y eso me da más placer que mis propias manos, eso me excita más aún, y me hace volar hacia tí, para meterme contigo debajo de esa manta, bucear hasta las profundidades de tu vientre, separar tus muslos y devorarte, como haces en tu mente, como hago en mi cabeza.

Haz lo que quieras.

Sólo déjame ser el espectador más preciado del mundo, deja que vea como gozas, como disfrutas, como jadeas, gritas, mojas... mientras ves como jadeo, grito, mojo mis manos con el producto de mi orgasmo.

No me pidas permiso. Es absurdo que la dueña pida permiso a su esclavo...

martes, 30 de enero de 2007

Hagamos un trato

Hagamos un trato; tú quieres mi voz, y yo tu sombra. Deseas oirme, mientras repito su nombre, o el tuyo, mientras mi alma se escapa en cada suspiro. Quieres oirme, mientras me acaricio pensando en tí, mientras mi mano se mueve gobernada por tu mente, una pequeña maqueta de tu cuerpo abrazado a mi sexo.

Hagamos un trato. Yo quiero verte; deseo entrever en tus ojos el placer que te das, que te doy. Me gustaría ver reflejado en tu cara el deseo que te quema y que te hace arder; quisiera ver tus dedos trazar los caminos que dibujarían los míos, dejar las marcas que yo grabaría en tu carne...
Deseas oirme gemir, retorcer mi alma imaginándote sobre mí, dejándote caer sobre mi sexo, clavándotelo hasta las entrañas, moviendo tus caderas en círculos hasta partirme en mil trozos. Y yo deseo verte, aprenderme de memoria cada poro, cada lunar, cada pequeña arruga de tu cuerpo, para poder recitarlas de memoria, para evocarte a mi antojo, construirte en el vacio y llenarlo de tí.

Quieres oirme jadear, pedirte que te tumbes sobre la cama, boca abajo, ofreciéndote, ofreciéndome, para que yo lo tome todo. Y yo quiero ver como tus pechos suben y bajan acelerados, convulsos, al ritmo de tu respiración agitada. Quiero verlos y quedarme mirándolos, hipnotizado, atrapado en esa cadencia que quisiera que fuera la tuya sobre mí, la mía sobre tí.
Hagamos un trato: quieres oirme repetir tu nombre mientras llega el orgasmo, empapando mi mano, dándote mi alma, esperando que sea tu boca quien no deje gota de mí. Y yo quiero verte los dedos brillar, mojados, tus muslos abiertos de par en par para mí, y tu sexo palpitando mi nombre, pidiendo por favor que lo haga mio, que lo devore y no deje ni un ápice de él. Quiero ver tu lengua lamer tus labios, llamándome silenciosa, lenta y pausadamente, después de correrte para mí, una vez más...

Hagamos un trato; dame tu carne y yo te daré mi alma, dame tu sombra y yo te daré mi cuerpo, dame tus suspiros y yo te daré mi aliento, prèstame tu luz y yo te regalaré mi corazón envuelto en mi piel, cédeme por un segundo tu mente y tú reinarás en el pais de mis fantasías... dame lo que quieras, y pídeme lo que quieras, y cerraremos el trato.

martes, 23 de enero de 2007

Aromas

Hoy no quiero hacerte el amor... hoy no me apetece ser sensible, ni abrazate tiernamente; hoy no deseo besarte lentamente, y comerte la boca con mis labios. Hoy no quiero acariciarte con dulzura, como si tuviera todo el tiempo del mundo para deleitarme en tu piel.

Hoy me apetece follarte y que me folles; puede parecértelo, pero no es lo mismo. Hoy deseo que mi cuerpo huela a tu saliva, que no pueda quitarme ese olor después de ducharme, que aún, cuando me vaya a dormir, pueda oler el rastro de tu boca por mi cuerpo.

Hoy quiero follarte; quiero que mi cara huela a tu coño, quiero que mi paladar quede saturado del sabor de tu sexo, de la humedad de tu orgasmo. Quiero poder olerlo en mi vientre, en mis muslos, en mi pecho, que lo refriegues contra mí, como si todo mi cuerpo fuera mi propio sexo. Quiero notarlo en mi piel, y que no quede nada que no huela a él.

Hoy deseo follarte; quiero que tu cuerpo también huela a mí, que toda tú huelas a mi semen, que el tacto de tu carne sea pegajoso, que tu piel brille con el resplandor plateado de un cuchillo bien afilado. Quiero que tu cara, tu pecho, tu culo, tus muslos, abriguen rastros de mí.

Hoy anhelo follarte; quiero que se mezclen nuestros sudores, que el pelo se te pegue a la cara, mojado y revuelto, como bañada en agua caliente. Quiero que nuestros cuerpos resbalen, uno sobre el otro, como peces, escurridizos.

Hoy muero por follarte; no quiero palabras de amor, ni susurros a media voz junto al oido. Quiero oirte gritar que te folle, que me quieres más dentro, que te coma profundamente. Quiero oir que quieres más, que vas a correrte de nuevo pero que no pare por nada del mundo. Quiero que gimas con todas tus fuerzas, que se tense tu cuello y aulles de placer. Y quiero gritar contigo, pedirte que sigas chupándola así, que quiero llenarte la boca de mí, que quiero meterla más dentro, que quiero separar tus cachetes para penetrarte con ansia y prisas, con deseo casi enfermizo.

Hoy daría mi vida por follarte; quiero que dejes las marcas de tus uñas en mi espalda, que me arañes, salvaje, mi gata, mi niña, que tires de mi pelo con fuerza para clavar mi cara en tu coño palpitante; quiero tirar de tu melena, mientras te pongo de rodillas y te penetro. Quiero morderte la espalda, los hombros, el cuello, marcarte por fuera, como mi sexo te marca por dentro.

Hoy no quiero amarte... solo quiero morir en ti.

jueves, 18 de enero de 2007

Llévame de la mano hasta las puertas de la perdición

- Ven.
Tres letras, tan sólo tres letras, pero suficientes para traerme reminiscencias de placer incontestable. Me quedé parado ante el umbral de la puerta, mirándote. Desnuda sobre la cama, de rodillas, la espalda erguida, tu rostro mirando la pared, sin querer verme... Me acerqué todo lo despacio que mis ansias me permitieron, besando tu buca, tu cuello, tus hombros, deslizando mi boca por tu espalda, mientras mis manos se acoplaban a tus pechos como dos piezas de un rompecabezas, a la perfección. La sensación de sentir tus pezones creciendo entre mis dedos no la puedo comparar con nada de este mundo, quizás sí de otros, pero no de éste. Lentamente, se endurecen, arañando las palmas de mis manos, arrancando capa tras capa de mi piel con su calor.
Tu espalda es la carretera que me lleva hasta el edén prometido, el camino que andaré una y otra vez, anhelando la llegada, pero disfrutando del viaje. Dejas tu cuerpo caer hacia delante, dejando tu culo y tu sexo al descubierto para mí. Su visión es sencillamente embriagadora, y no puedo remediar morder mis labios con el ansia de que lo próximo que tenga en mi boca sea tu carne y no la mía. Despegas tus nalgas, ofreciéndote, sumisa, entregada, dándome todo tu ser, esperando que reciba todo lo que tienes para darme. Y no desoigo tu petición, y hago tu cuerpo mío, y mi lengua crece y se multiplica, y mis dedos tiemblan indecisos, sin saber que pliegue de tu piel acariciar, que recodo de tu sexo tocar, que penetrar... Lamo despacio, desde el final de la espalda, bajando y atravesando tu culo, entreteniéndome en su entrada, disfrutando de su tacto aterciopelado, notando como se abre y vibra al contacto con mi aliento; sigo desplazándome hacia abajo, y llego a tu sexo, húmedo desde hace minutos, brillante y sedoso, tan caliente que temo que abrase mis labios, aunque lo devoro sin miedo.
Te agarras con fuerza a las sábanas, y vas abriendo tus piernas lentamente, el dintel de las puertas de la perdición, paa darme más, para llegar más dentro Si pudiera meter todo mi cuerpo en ti lo haría, y entonces sí que sería tuyo por completo, y quedarme dentro de tí, para volver a nacer envuelto en tu orgasmo, empapado del néctar de tu vitalidad, con el olor de tu alma pegado a mi piel.
Te giras, me sonries clavando tus ojos verdes en los mios, y atrapas mi sexo en tu boca, succionando con fuerza, con violencia. No quieres que dure, lo quieres ya, no puedes esperar para tenerme, derretido en tu boca. Aprietas con firmeza, mientras acaricias mis testículos, mientras pasas la punta de tus dedos por mi culo. Aceleras, más y más, y no puedo hacer otra cosa que llenar tu boca con mi orgasmo, llenar tus oidos con mi rugido de placer.
Ahora eres mi dueña, y soy víctima de tu estrategia. Vuelves a darme la espalda, vuelves a ofrecerte a mí; por eso me has devorado sin concesiones. Querías eternizar el combate, alargarlo todo lo que pudieras; tus artes de mujer me dominan, y me veo arrastrado en una espiral de deseo, dejándome llevar sin siquiera luchar, separando tus piernas y penetrándote de un solo golpe, llenándote con mi sexo aún sin reponerse, para que lo sientas crecer dentro de tí. Lo notas, y tu sexo lo atrapa como un guante, ajustándose a su alrededor, vibrando para hacerlo crecer, engrosar, alargarse con cada movimiento de tus caderas. Lo saco para penetrar tu ano, reluciente, hambriento, y yo hambriento de él. Ahora no hay susurros, no hay gemidos, sólo gritos, aullidos de placer, sólo palabras que piden más, que exigen más, que te lo piden todo, que rezan para que no pares...
De nuevo dentro de tu sexo, para acabar conmigo, contigo... No puedo entrar más en tí, aunque quisiera, ni puedo acelerar más, aunque mi vida dependiera de ello. Te lo doy todo, todo lo que soy, todo lo que pude ser, todo lo que quizás sería. Me empapas, y noto como el jugo de tu alma salvaje resbala por mi vientre, por tus muslos, llenando mi cama, mi cielo, mi infierno, la antesala de la perdición. El orgasmo arde en mis venas, en las tuyas, y chocan en una explosión que nos deja derrumbados sobre las sábanas, dos cuerpos enredados que no quieren separarse, quizás sólo para poder volver a escucharte decir Ven...

martes, 9 de enero de 2007

Desnudándome

Querida mia:

Vas y vienes, apareces y desapareces, llenándome de vacío en la ausencia y en la presencia. Es curioso, pero cuando no estás es cuando más cerca te tengo, mientras que cuando te veo, más lejana me eres. Te eché tanto de menos que reencontrarte puede doler, como el agua helada en el día más caluroso del más caluroso agosto. Pero más dura es la ausencia, cuando notas que te falta la pimienta, la especia que sin ella el plato no es digno de ser servido. Sin eso, me siento incompleto, como si me arrancaras ese trozo que me falta para ser yo, la pieza del puzle que lo completa, el ladrillo que aguanta los cimientos, antes de derrumbarse.

Inundas mi mente de imágenes que vivo como reales, que siento como mías, tan dentro que casi puedo tocarte, que casi puedo sentirte a mi lado, aún sabiendo que eso jamás será posible. Daría lo que fuera por abrazarte, para tener entre mis brazos el cuerpo que nunca será mio; daría lo que fuera por oirte, para sentir en mi oido el jadeo que nunca atravesará mi mente; daría lo que fuera por besarte, por conocer el sabor de la carne que nunca devoraré; daría lo que fuera por olerte, para intuir el aroma de tu sexo abierto como una flor, la esencia que jamás me llegará.

Te he tenido tantas veces en mi mente que podría recordar cada rincón de tu carne sin jamás haberla visto. Tantas veces te he gozado que no podría vivir sin oir los gemidos que nunca he oido. Tantas veces te he soñado que despertar y buscarte entre las sábanas es sólo el intermedio entre sueño y sueño.

No te sorprendas cuando te pregunto sobre mí, porque no me creo merecedor de tenerte; no creas que lo hago para halagar mi oido, sino para asegurarme de que no es sueño y que todo es real. Soy un ser inseguro, que se siente pequeño en tu presencia, y que responde alborozado ante cada cariño, cada suspiro, cada nota de color y de calor.

Tengo miedo; miedo de tocarte, de ensuciar tu piel con el rastro de mi deseo, miedo de morderte, de que mi saliva no pueda limpiarte, miedo de que me rodees con tus piernas por la cintura y diluirme en tu interior, y no poder salir jamás de esa cárcel de tu cuerpo. Prefiero mil veces seguir deseándote a tenerte, porque no quiero ensuciarte. Elijo no tener tu cuerpo caliente junto al mio, por seguir viendo tu sonrisa, verde y cristalina. Elijo la tortura de tenerte a un palmo de mí y no poder alcanzarte, porque así mi sangre seguirá ardiendo sin apagarse jamás.

Quizás el tiempo amaine la tempestad, quizás todo se atempere y suavice, no lo sé, ni quiero saberlo. Sólo quiero vivirte día a día, pensando que cada día puede ser el último; a pesar de todo, jamás acabará. Puede ser que no estemos, que no nos tengamos, que no mezclemos nuestras almas, rodando entre sábanas, que no esté dentro de tí, ni que devore tu sexo hasta derretirlo entre mis labios. Puede ser que jamás claves tus ojos en los míos mientras te penetro, profunda y lentamente, tan dentro que quisiera traspasar tu carne y tu alma. Seguramente jamás mojarás mi piel con la dulzura de tu orgasmo, ni grites en mi oido que quieres más, que no pare jamás, que siga comiéndote poro a poro, que no deje de entrar y salir de tu sexo. Es muy probable que no me derrame dentro de tí, y que jamás conozca el tacto de tus labios rodeando mi sexo, succionándolo, devorándolo, arrancándome gota a gota mi alma. Pero lo que siempre tendré será tu recuerdo, el brillo de tu sonrisa y el calor de tu alma, porque lo que vive en el corazón jamás muere.

miércoles, 27 de diciembre de 2006

Bella

-No vuelvas a decirme que no te ves guapa.

-Pero es la verdad, no me veo tan bonita como tu dices...

Ella le hablaba al móvil, sintiéndose muy triste. Llevaba horas buscando un vestido para un compromiso, y ninguno le quedaba bien. Se veia fea, estropeada; se acordaba de cuando tenía veinte años, y su figura era la envidia de sus amigas. Ahora, todo eso desapareció, por mucho que él le dijera lo contrario cada día. Su marido tampoco se fijaba en ella, no se sentía deseada; el sexo era un trámite que cumplir, como las facturas de la luz o los recibos del teléfono.

Desde que lo conoció, no paraba de decirle lo bonita que era, lo hermosa que la veía, y ella no le creía. Sí, se sentía adulada, claro que sí, pero no terminaba de creerle. Él le contaba que la deseaba, que se excitaba con solo verla, aunque fuera en una pequeña foto que ella le envió hacia semanas. Pero no podía ser cierto, no podía serlo, porque sus ojos no mentían, y lo que veía no era nada excitante ni maravilloso.

- Dime donde estás ahora, cielo.

- En un centro comercial, buscando un vestido y todo me queda fatal.- Estaba al borde de las lágrimas; todo el paso de la tristeza le cayó de golpe sobre los hombros, sintiéndose la mujer más fea del mundo.

- Mi niña, no estés triste... por favor, no estés triste...

- No puedo remediarlo.

- Sí que puedes; si pudieras verte como te veo yo... ¿tienes alguna tienda cerca?

Ella giró la cabeza, examinando la planta del centro comercial; a pocos metros, una tienda de modas le llamó la atención, con su escaparate para chicas delgadas, de cinturas estrechas y pechos pequeños.

-Sí, hay una aquí al lado.

- Bien - ordenó él - quiero que entres, cojas algo y te metas en un probador.

- Pero, ¿para qué?

- Hazme caso, por favor, hazlo por mí. Cuando lo hayas hecho, vuelve a llamarme. - Y colgó.

Ella se quedó un tanto desorientada. Siempre la sorprendía con algo, pero aquello era demasiado extraño, incluso viniendo de él. Entró en la tienda; se sentía como la madre, no, como la abuela de todas las chicas que entraban y salían de los probadores, como la abuela de las dependientas, ellas, tan monas, tan arregladas, tan delgadas. Y ella, con la anchura de caderas que dan el tener hijos, con los pechos ya algo caidos, y sobre todo, con sus ojeras, con la pesadumbre de su cara, que la hacía parecer mucho más mayor que sus cuarenta y dos años.

Esperó a que uno de los probadores quedara libre, con una falda vaquera en las manos. Todo eso era una locura, ¿qué demonios iba a hacer él? Tampoco podía estar toda la tarde esperando y dando vueltas, así que se dijo que si en un ratito no quedaba ninguno libre...

En ese instante, una de las cortinas se abrió, y del probador salieron dos veinteañeras riendo a carcajadas. Sintió envidia de su felicidad, de la despreocupación hacia el futuro del que hacían gala. Entró en el probador y marcó su número; ojalá no pueda cogerlo, pensó, ojalá esté ocupado y pueda irme a casa, esconderme de los demás...

- Hola, amor... espero que me hicieras caso, y estés en un probador.

- Sí, aqui estoy, aunque no se bien que hago aquí.

- Bien, ahora quiero que te mires al espejo y que me digas que ves.

- Qué voy a ver, una cuarentona estropeada y...

- Shhhh, no digas eso. Lo primero que debes hacer es sonreir, porque seguro que no estás sonriendo... anda preciosa, sonrie, sonrie para mí.

Y ella sonrió; al principio, débilmente, pero luego, recordando sus cosas, sus piropos, sus tonterías, agrandó su sonrisa.

- Mejor, mucho mejor. así te veo yo siempre, ¿sabes? Cuando sonries, te brillan los ojos, y te pones preciosa...

- Anda tonto, que eres un tonto.- Pero eso la hacía sonreir más; incluso, un leve rubor comenzó a teñir sus mejillas de rojo.

- Ahora quiero que te quites la blusa, despacio, mirándote mientras lo haces...

- Desde luego estás loco.

-Sí, pero por tí... hazme caso, mi niña, hazlo.

Y ella desabrochó su blusa, lentamente, botón a botón.

- ¿Y ahora?

- Quítate el sujetador.

- Pero...

- Sin peros, por favor, hazlo por mi, princesa.

Sus manos buscaron a ciegas el cierre del sujetador, dejando al descubierto sus pechos. Ella los miró triste, viendo como la edad y los hijos le habían hecho perder la dureza y altivez de antaño.

- Me encantan tus pechos, lo sabes, ¿verdad? Si estuviera ahí los acariciaría con lentitud, como a tí te gusta. Por eso quiero que lo hagas por mi, que seas mis manos y mis ojos.

- Anda ya, que va, ¿cómo voy a hacer eso, aquí, en un probador?

- Porque yo estoy viendote desde mi despacho, en mi mente, y quiero ser tú, quiero tocarte y verte, amor...

No sabía por qué, pero le hizo caso. Dejó que su mano cayera desde el cuello hacia sus pechos, lentamente, casi sin querer, deslizando sus dedos entre ellos, rodeando sus pezones. A pesar de la situación, o quizás debido a ella, sus aureolas se endurecieron, y su respiración se agitó de forma imperceptible.

- Muy bien, lo haces muy bien... vuelve a mirarte... ahora estás más hermosa aún, te empiezan a brillar los ojos, y tu lengua humedece tus labios.

Era casi increible, pero era como si la pudiera ver. Era cierto; tenía los ojos brillantes, la cara encendida, y la respiración algo acelerada. Un asomo de placer comenzaba a llenar su corazón.

- Bien, ya está bien de juegos...

-No - le interrumpió - esto no acaba más que de empezar. Termina de desnudarte por completo, para mí. Mira el espejo, y seré yo quien está delante tuya, no un trozo de cristal. Soy yo quien te acompaña...

De locos, aquello era de locos, pensaba mientras desabrochaba la falda, una locura, mientras la dejaba colgada de una percha. Pero aquella locura le gustaba, le sacaba de su anodina existencia, y la hacía sentir más viva, más mujer.

- Que hermosa eres, amor... Sigue acariciándote y dime qué haces.

- Ahora paso mi mano sobre mi vientre, y bajo a mis bragas. ¿Sabes? Están un poco húmedas.

- Lo sé, porque yo también lo siento... sigue, no te pares...

- Meto mi mano por dentro de las bragas y me acaricio... es... ohhh, es tan... mmm... quisiera que estuvieras aquí...

- Lo estoy, amor, y te acompaño, yo también me acaricio, mi niña.

Ahora la respiración no era agitada, sino que hablaba casi en susurros, mientras sus dedos paseaban arriba y abajo de su sexo, alrededor de sus labios, mojándose de su humedad, creciente a cada momento. Su clítoris engordaba y crecía, lo notaba duro u lo atrapó entre la yema de sus dedos.

- Ohh, dios, esto es de locos, no sé que hago...

- Mírate, obsérvate, mira lo preciosa que eres...

Ella se miraba en el espejo, veia su sexo hinchado, húmedo y brillante. Veía su cara de placer y lujuria, y eso la ponía aún más. No podia resistir la tentación, y puso su pie encima de una pequeña banqueta, abriendo su sexo, para introducir lentamente, uno, dos, tres dedos, que la llenaban de la carne que necesitaba.

- Oh, amor, dios... te necesito ahora aquí.

- Me tienes ahí, dentro de tí, ahora, no te pares y sigue mirándote... no hables, solo quiero oir tu respiración, amor, solo eso...

Sus dedos aceleraban, entraban y salían con fluidez, y pequeñas gotas de su más delicado néctar comenzaban a resbalar por la cara interna de sus muslos. El olor de su propio sexo empezaba a inundar el probador, y su olor, su visión, la estaba llevando a lugares insospechados, alejados de la realidad.

- Sigue así, amor, eres tan hermosa, eres la más bella flor que jamás ví...

-Mmmm, dios... - No podía articular palabra; el orgasmo se acercaba rápido, brutal, allí, de pié, sola pero acompañada, hermosa, muy hermosa a sus propios ojos; quizás fuera verdad, quizás era hermosa y no podía verlo porque sus propios ojos no se lo permitían. Lo que ahora veía era una mujer ardiendo, su piel brillante, sus labios húmedos y entreabiertos, mordiéndose para no dejar escapar un grito que escandalizara a toda la tienda, veía su sexo abierto, lleno de sí misma, abatido por sus dedos, brillante de su propia humedad.

El orgasmo llegaba, lo notaba, se acercaba golpeando su espalda, bajando por su espina dorsal, echándola contra la pared, mientras ella movía sus dedos más y más dentro, girándolos, clavándose con furia animal en su sexo.

- Voy a correrme, amor...

- Sí, hazlo, hazlo conmigo, yo también voy a correrme mi niña...

Y lo hizo; se corrió con tal violencia que estuvo a punto de caer al suelo. Sólo pudo apoyarse contra la pared, dejar caer el teléfono y tapar su boca para no gritar, para no dejar escapar el rugido de placer que se fraguaba dentro de ella. Se sentó en el taburete, mientras sus piernas temblaban y su sexo lo hacía al ritmo de su corazón, despiadado, animal, salvaje...

Recogió su ropa lentamente y se vistió. Salió del probador, sin importarle que se dieran cuenta de algo, sin preocuparse del olor que había dejado atrás. Sólo le importaba que todos los hombres la miraban, deseosos de su carne, prendados de la belleza que salía por sus poros.

Ahora la veían bella, porque ahora se veía bella.

martes, 12 de diciembre de 2006

Ausencia...

Querid@ mi@:

Te echo de menos, y lo sabes. Me falta la morfina de tus palabras, la suave sensualidad de tu pelo azotándome, el pinchazo de tus ojos mirándome, inquisitivos, el jugueteo de tus labios al hablarme, ese suave mordisco que te das en los labios de vez en cuando para ponerme nervios@.

Me faltas, y desde que no estás no puedo escribir. La inspiración te la llevaste en la maleta, entre tu ropa interior; sin ella, me encuentro desnud@, porque las palabras son las que me visten, las letras son las que hacen de mí quien soy.

Aunque no estés, te tengo; te guardo en la memoria, cada recoveco de tu cuerpo, los vistos y los imaginados, los reales y los visionarios, y con ellos me evado.

Me hundo en la neblina de mi baño, envuelt@ en el vapor que emana de la bañera; allí soy más yo, y me separo de mi carne, y rasgo el tiempo y el espacio, y ya no estoy sol@, sino a tu lado. Y acaricio mi cuerpo,
despacio, mis manos invadidas por tus manos, mi piel esclava de la tuya, y ya no me toco, me tocas tú.

Y dejo que el placer me inunde, que las caricias me transporten por encima de todo y de todos, para ser tu esclav@, para que hagas de mí lo que desees, para que me asesines con tus dedos, para que dispares con tu boca proyectiles que abrirán mi carne, dejando al descubierto mis entrañas, tus entrañas.

Y con los ojos cerrados susurro tu nombre, bajito, esperando que lo oigas y que no pares de acariciarme, que no ceses de tocarme como sé que sabes hacerlo. Mi espalda se curva, y el agua caliente fluye a mi alrededor, y la bañera ya no es metal, es tu cuerpo que me rodea por completo, desgranado en millones de partes.

Y el orgasmo me golpea en la espalda, los riñones, las caderas, me hace estremecer; el agua salpica en mil direcciones distintas, en un sunami cálido, hirviente...

El vapor se va, desaparece, y de nuevo estoy sol@... Un día menos para no echarte de menos...